miércoles, 26 de febrero de 2014

LOS MIEDOS INFANTILES

Como hemos dicho en una artículo anterior el miedo es una reacción emocional instintiva y universal ante un peligro específico, este rasgo de especifidad,  es lo que lo diferencia, de unos estados de ansiedad que el ser humano y el niño, experimentan en ocasiones, sin que pueda precisarse el objeto o situación que lo provoca. El miedo tiene una función evolutiva que puede proteger al niño de situaciones peligrosas.
Muchos autores señalan que los miedos suelen ir en aumento desde el nacimiento, alcanzan su máximo entre los 4-7 años que empiezan a disminuir, en ocasiones resurgen en la adolescencia con caraterísticas y motivos diferentes A medida que el niño crece, aumenta su autonomía y va ampliando su mundo, en casa percibe la importancia que los hermanos y el padre tienen para la madre, tienen que ir al colegio y aceptar que allí son uno más. Muchos miedos típicos surgen en este momento, como consecuencia de los celos y la rivalidad y aunque surgen del mundo interno de los niños, de las emociones reprimidas, también las experiencias vividas tienen gran importancia.









Durante la primera infancia el sentimiento de identidad , aún no está sólidamente constituido, así como tampoco los están los límites entre el yo y los demás, ni la distinción entre realidad objetiva y fantasía, por eso son muy influenciables y pueden creer que las figuras de fantasía , como las hadas, ogros...existen., simplemente porque se las han imaginado o las han visto en ilustraciones, por ellos se asustan muchas veces ante gente disfrazada.

A medida que crecen, la expresión de sus miedos se va modificando, dominan mejor el mundo externo.

El contexto educativo puede contribuir en la aparición de miedos, por ejemplo un estilo parental autoritario, padres y madres excesivamente severos que tienden a culpabilizar al niño puede provocar que el niño se muestre inseguro y podría llevarle a evitar situaciones y retos por temor.
Asimismo un estilo parental sobreprotector, padres que ven peligros en todos lados, con constantes advertencias, también puede provocar temor.


No debemos prohibir al niño o niña sentir miedo, ni avergonzarlo por ello, eso no le hará más fuerte, debe aprender a aceptarlo y dominarlo.

¿Cuándo nos encontramos ante la patología?

Cuando el miedo no ha podido actuar de estímulo y organizador de la psique del niño, se revierte en un daño con la necesidad de una ayuda externa (pedagógica, social, psicológica..., etc), por ejemplo:


  • Cuando no puede reconocer el peligro real y repetidamente busca y se pone en situaciones de riesgo.
  • Cuando los elementos simbólicos, que deben ayudarle a expresar sus emociones son tan frecuentes que pueblan totalmente su interior, cronificando sus temores.
  • Cuando el miedo le bloquea.
  • Cuando existe un terror a la destrucción del ser.
  • Cuando aparentemente no hay miedos y ni el mismo niño los reconoce, pero cuando cede la alerta encubridora y consciente de la vigilia aparecen terrores nocturnos y pesadillas, porque en realidad había un miedo reprimido.

Hay que animar a los niños a que enfrenten sus miedos , no avergonzarles, ni ridiculizarles, ni asustarlos más para que obedezcan, hay que mantener una actitud de diálogo, de comprensión, animarlos a que los enfrenten contando historias de miedos pasados por el niño que han sido vencidos, leer cuentos, ayudarles a reconocerlos y verbalizar la situación.

"NO ES VALIENTE EL QUE NO TIENE MIEDO, SINO EL QUE TENIÉNDOLO SIGUE ADELANTE"

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