martes, 3 de junio de 2014

EL PSIQUISMO FETAL

Diversos experimentos, permiten avanzar la hipótesis, de la existencia de una relación materno-fetal, no meramente física si no también perceptivo-psicológica, que concede al niño uterino, la posibilidad de establecer una comunicación con la madre, asimilando a tan temprana edad sus estados emocionales y su actitud vivencial hacia él,
El útero materno no es un lugar, neutro y sosegado, si no una fuente constante de estimulación difícilmente reemplazable, que condiciona al menos desde una perspectiva neurofisiológica el desarrollo del bebé.
Desde una perspectiva psicológica, el ambiente uterino es la madre a la que se encuentra ligado durante toda su gestación, la información materna puede alcanzar al infante a través de dos medios: el sonoro y el humoral.
El sonoro está constituido fundamentalmente, por la percepción del latido cardíaco materno. El niño demuestra su reactividad a sonidos disturbantes mediante el movimiento y se relaja al oír sonidos rítmicos. Esto no haría entender , por ejemplo la manifestación que se da en diferentes culturas y de manera universal de coger y acunar al bebé sobre el lado izquierdo (lado del corazón), que realizan incluso madres  zurdas.
En cuanto al canal humoral, las variaciones del medio interno de la madre se trasmiten al feto a través de la placenta. La actividad endocrina materna es de particular para el desarrollo fetal y cambios bruscos de esta actividad relacionados con experiencias de estrés pueden marcar ya antes de nacer. La creencia popular de que toda mujer gestante debe estar tranquila, no carece de base científica, puesto que el estado psicofísico de la madre, reflejado por sus secreciones endocrinas y su actividad neurovegetativa, afecta por vía placentaria al feto en formación.


 
 
 
EL NACIMIENTO: durante todo el tiempo que dura el embarazo la simbiosis madre- hijo es total. A pesar de ser dos personas distintas, ambas están tan íntimamente unidas que cuando se separan después del parto, se hace necesaria una adaptación a la nueva existencia, adaptación más acusada en el caso del recién nacido, debido a que aún no puede valerse por sí mismo.
 Pero esto no es todo el nacimiento representa para el bebé el abandono de todo lo conocido y experimentado. Fisiológicamente, ha de aprender nuevos modelos de conducta, su medio líquido se trasforma en medio seco, lo que implica que su respiración y sus sensaciones ya no son iguales,
Psicológicamente ha perdido a la madre perfecta representada por su presión, su sonido, su tacto. Estos dos aspectos, tan importantes se unen en la aparición, por primera vez del sentimiento angustioso.
El componente psicológico, afectivo vendría dado por el hecho de la separación de la madre que consistía su principal fuente estimulante y gratificante a la que estaba acostrumbrado a percibir y sentir. Además la angustia es una reacción normal asociada al cambio, al hecho de experimentar algo nuevo y desconocido, siendo no patológica sino natural, asociada al nacimiento. Pero hay más esa unión con la madre también se rompe de manera física, dolorosamente real , por medio del corte del cordón umbilical. No se debe arrancar al niño de la madre sino darle tiempo para el paso lento y progresivo de un estado a otro. Quizá por todo esto al niño no le bastan durante los primeros años de su vida con los cuidados y atenciones meramente físicas. Es conocido el papel tan importante que desempeña la madre, o en su déficit cualquier figura materna, durante este tiempo. La angustia natal desaparece cuando el niño vuelve a ser consciente de la existencia, de la proximidad de la persona amada que el creía perdida. Por eso el bebé necesita, psicológicamente, a la madre, porque sólo ella puede enseñarle, cómo lo hacía desde un principio, los sentimientos de seguridad y ternura tan importantes para la supervivencia mental como lo es el alimento para la física. Este fenómeno puede apreciarse en todos aquellos niños, aquejados de lo que se ha llamado síndrome de deprivación materna, como los de los hospicios u orfanatos o los largamente hospitalizados.


Bibliografía: M. cogollor y J.L. González de Rivera



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